En las montañas del País Vasco, donde el invierno tiñe los bosques de blanco y los valles de un verde oscuro, se cuentan historias del Olentzero, el bondadoso carbonero que baja cada Navidad para traer regalos a los niños y niñas. Pero, ¿te has imaginado alguna vez cómo habría sido si el Olentzero hablara francés?
Vamos a viajar en el tiempo para descubrir una versión inédita de esta entrañable figura, una en la que su dominio del francés cambió el destino de muchos en el Goierri.
Era una noche de diciembre. Las chimeneas humeaban y el aroma a leña impregnaba el aire de Beasain. En su humilde cabaña, Olentzero revisaba los pedidos que había recibido: juguetes de madera, dulces y abrigos. Pero ese año, algo diferente llamó su atención. Una carta escrita con delicados trazos decía:
"Cher Olentzero, cette année, je ne veux pas de jouets. J'aimerais apprendre le français."
Olentzero, aunque sorprendido, sonrió al leer la petición de Ane, una niña de Lazkao. "¿El francés?", pensó. "Qué curioso pedido." Lo que pocos sabían era que Olentzero, en sus años de juventud, había vivido una temporada en el sur de Francia. Allí había aprendido a hablar francés mientras comerciaba carbón con los pueblos del otro lado de los Pirineos.
Decidido a cumplir el deseo de Ane, Olentzero tomó su vieja mochila y, con la ayuda de su fiel burro, emprendió un viaje por los pueblos vecinos buscando materiales en francés: libros, juegos y hasta canciones. Pero no solo eso, también pensó en algo más grande: ¿y si pudiera compartir este regalo con más niños y niñas de la región?
Fue entonces cuando recordó una pequeña academia en Beasain, donde se enseñaba francés de manera especial, adaptándose a las necesidades de cada persona, incluso para quienes tienen dificultades de aprendizaje. "Aquí está la respuesta", murmuró mientras observaba el edificio que emanaba calidez desde sus ventanas iluminadas.
En la mañana de Navidad, Ane encontró no solo libros de francés bajo su árbol, sino también una inscripción en la academia Clases de Francés Emmanuel Pfaff. Junto a los materiales había una nota escrita a mano por el mismísimo Olentzero:
"Ma chère Ane, le français est une porte ouverte sur le monde. Avec ce cadeau, tu pourras voyager avec les mots, rêver en une autre langue et rencontrer des gens merveilleux. Bon courage et joyeux Noël!"
Pero eso no fue todo. Olentzero había dejado folletos de la academia en cada hogar, animando a las familias a aprender francés. "El conocimiento es el mejor regalo que podemos darnos", decía el folleto. Y así, las clases de francés se llenaron de niños y adultos curiosos, quienes no solo aprendieron un idioma nuevo, sino que también encontraron una comunidad que valoraba el aprendizaje y el apoyo mutuo.
Con el paso del tiempo, el Goierri comenzó a transformarse. Las conexiones con Francia se estrecharon. Surgieron intercambios culturales, empresas locales ampliaron sus negocios al mercado francés, y los estudiantes que habían aprendido francés comenzaron a viajar y explorar nuevas oportunidades.
Ane, que años después se convirtió en profesora de francés, siempre recordaba aquel gesto de Olentzero. "Fue más que un regalo", decía a sus alumnos. "Fue una llave para abrir puertas que nunca imaginé."
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